El 30 de marzo de 1992, cuando Paul Newman y Elizabeth Taylor abrieron el sobre con el último Oscar de la noche, El silencio de los corderos hizo historia. La estatuilla a Mejor Película no solo la convertía en la primera cinta de terror en ganar el premio más importante. Los otros cuatro que se llevó –Mejor Director para Jonathan Demme, Mejor Actor para Anthony Hopkins, Mejor Actriz para Jodie Foster y Mejor Guion Adaptado para Ted Tally– hacían de ella la tercera película, después de Sucedió una noche (F. Capra, 1934) y Alguien voló sobre el nido del cuco (M. Forman, 1975) en arrasar en las cinco categorías principales, las Big Five, un hito que no ha vuelto a repetirse desde entonces. Pero el primer paso en el periplo de El silencio de los corderos para erigirse como el clásico moderno que es hoy empezó tres años antes. Y fue en ese mismo Shrine Auditorium, cuando el actor que había comprado los derechos de la novela de Thomas Harris para debutar como director decidió abandonar el proyecto.
“¿Se asusta fácilmente?”
En la edición 61 de los Oscar, Gene Hackman perdió el Oscar a Mejor Actor –se lo llevó Dustin Hoffman por Rain Man (B. Levinson, 1988)– y las ganas de dirigir un proyecto en el que llevaba meses trabajando. Abrumado por las imágenes de violencia mostradas en los clips de Arde Mississippi (A. Parker, 1988) que se enseñaron en la gala, Hackman pensó que el guion que acababan de entregarle era demasiado duro y extremo: no podía hacerlo. Hay quien dice que fue cosa de su hija, que al leer el libreto convenció a su padre para que aparcara esa historia “tan escabrosa y terrorífica. Gene aún no sabía si iba a poder dirigir e interpretar a Lecter”, recuerda el guionista Ted Tally, que en ese momento solo contaba con un título en su currículo, la tórrida Pasión sin barreras (L. Mandoki, 1990). “Pensaba en reservarse el personaje de Jack Crawford y me dijo que Bobby podría ser Hannibal. Hoy en día aún no sé a qué Bobby se refería. ¿Duvall? ¿De Niro? ¿Redford? Dio por hecho que sabía de quién hablaba. Y poco después, lo dejó. Ni me llamó. Me enteré por mi agente”. El proyecto, sin director y sin estrella, volvió a manos de Orion Pictures, el estudio que compartía los derechos con Hackman. ¿El problema? El sello, en cuyo catálogo se contaban éxitos como Amadeus, Platoon o Bailando con lobos, estaba al borde de la bancarrota. Puede que fuera por eso que Jonathan Demme, que con Algo salvaje (1986) y Casada con todos (1988) había contribuido a sanear las maltrechas cuentas de la productora, acabó haciéndose cargo del film. “Ni yo habría pensado en mí”, bromeó en su momento el cineasta neoyorquino, fallecido en 2017. “Yo tenía entre manos un thriller para el que quería a Danny Glover. Pero antes de darme luz verde, me pasaron la novela de Harris y el guion de Ted para que los leyera. Me encantaron. Supe que iba a ser un film increíble, aterrador como ningún otro”. Con Demme a bordo, empezó el baile de nombres. Dustin Hoffman, Morgan Freeman… Todo Hollywood quería interpretar a Lecter, recordaba el cineasta, que, sin embargo, tenía muy claro a quién quería para encarnar a Clarice Starling: Michelle Pfeiffer.